martes, 27 de noviembre de 2007

Érase una vez...

Verdad número uno: mucha gente no sabe estar sola.

Otros, sin embargo, buscamos la soledad como los gatos buscan el sol en invierno.

Nos llaman raros, autistas, pero supongo que en esa soledad elegida es cuando masticamos, tragamos y vomitamos las cosas que nos hacen daño. Ya sabes, rollo “El Exorcista” aunque en esta ocasión no interviene el padre Karras, pero sí la peor Linda Blair (con babas verdes incluidas) arañándote la espalda una y otra vez. Y bueno, después de unas semanitas en la cama sin hacer más que hablar en latín y sin que nadie nos entienda, sacamos lo malo fuera y de lastre dejamos las cosas buenas, nada más.

Las cosas buenas. La mejor de las bases para sustentar el peso y los palos de las vidas venideras está compuesta de cosas buenas.

Yo no entiendo la soledad como algo negativo y aunque valoro la grata compañía, a la fuerza me he vuelto algo independiente. En mi soledad escribí canciones, pinté mis mejores cuadros, encontré pensamientos perdidos, dibujé líneas que aún hoy marcan mi vida, destrocé iconos que tenía idolatrados, respondí mil preguntas hechas al aire que nadie respondía, desvestí a superhéroes que eran perdedores disfrazados de vencedores ¡y también a mentirosos que se vestían de vendedores de humildad! En mi soledad nado a mis anchas, entro y salgo de ella cuando me da la gana, y me recibe siempre con los brazos abiertos para darme paz.

Pero como todo en esta vida, la soledad tiene un lado oscuro: allí encontré a gente extraña cuando menos lo esperaba. Gente que entró fácilmente en mi vida yéndose aún con más facilidad.

Ahora que me voy alejando echo la vista atrás y les veo sumergidos en esa soledad estancada, de agua sucia y putrefacta. Incapaces. Autodestructivos por naturaleza. Están perdidos; sin rumbo, sin camino, sin saber a dónde ir. Sintiéndose pobres cuando lo tienen todo para ser lo que quieran ser. Se guían por instinto, pero bien es cierto que ese instinto nunca les llevó a buen puerto… Gente que se revuelca en su tristeza porque, como bien diría un amigo mío, la vida les engañó y los rusos les persiguen. Y el tiempo pasa y queda tanto por andar que se desesperan porque se saben almas errantes. Pero hasta en los lugares más raros siempre puedes encontrar una mano amiga… y allí, Caronte les espera en su barca. No tienen ni idea de si bajo su lengua alguien puso una moneda. ¡Un miserable óbolo, no hace falta más! Y ni lo comprueban. Gente que habla bla bla bla y nunca jamás se pone a actuar. Al fin y al cabo, gente que se miente pensando que no está allí por elección propia.

A diferencia con una servidora ellos no están allí de vacaciones mentales, ellos casi pertenecen a ese lugar tanto como ese lugar les pertenece a ellos. Viven como zombis postmodernos en una vida de inercia constante y del todo vale. En ese mundo tienen su cueva donde se rodean de turistas, salen por salir, bailan al son del carpe diem, beben carcajadas que se les atragantan, viajan para huir, besan a veces sin sentir nada y según parece, ¡hasta aman a otra gente que no les hace feliz! Pero aún así, allí seguirán: unidos los dos bajo un cielo que siempre amenaza tormenta. En ese mundo gris, en ese mundo de sombras, son el binomio perfecto: dos caras distintas, sí, pero de una misma moneda. Tal vez sean tal para cual. ¿O tal vez no?

Se sienten protegidos dentro de esas paredes heladas por el mero hecho de que conocen bien cómo funcionan y dónde están situadas las grietas. ¡Lo desconocido puede hasta aterrarles! Lo que no saben es que ese miedo les está privando de la total libertad para sentirse bien. El miedo paraliza. Sin embargo, el que ya ha vivido fuera de la cueva, en el mundo de la luz, el color y la textura, ya no sabe conformarse con un mundo de grises al carboncillo. Un mundo que un día, dos días, tres días… hay que fijar con spray porque si no vas con cuidado al más mínimo roce desaparece lo que creías haber dibujado. Todo sacrificio es inútil. ¡Un estornudo puede tirarlo todo por tierra! Pero les cuesta menos ese tipo de sacrificio, ese soportar lo malo conocido que salir de la cueva. Porque fuera de la cueva deben trabajar duro, deben mezclar pigmentos, aglutinantes, plombagina, etc. y enfrentarse a un lienzo en blanco al que deben dar forma con sus pinceladas. Con sus elecciones. Aún así, el lienzo es más agradecido que las paredes de la cueva, pues a pesar de los manguerazos la pintura no desaparece por completo del lienzo: éste conserva las pinceladas que uno decide que queden registradas. Curioso ¿no? Pues ellos no se enteran (o no quieren enterarse).

¡Extraños personajes los míos! En la multitud sienten la mayor soledad jamás antes experimentada. Intentan encajar pero nada les llena, nada les convence y jamás de los jamases el 100% les será suficiente. La vida es una feria y todos los días toca perder el peluche en los dardos. Gente sin brillo, de sonrisa apagada, de mirada triste, de esperanza perdida; que anhela la infancia, la felicidad de otras vidas pasadas, de otras inventadas o de otras que llegarán. Y ahí están, esperando de otros errantes semejantes, detalles que no van a recibir. ¿Cómo te puede ofrecer la vibración y la fuerza de un rojo una escala de grises? Y siguen matando el tiempo allí, argumentando sus actos y malos hábitos con carencias ajenas que tal vez nunca llegaron a ser tal. Sabiendo que el problema real reside en ellos, pero sin poner el esfuerzo para conocerse, aceptarse, quererse a sí mismos y brillar. Los perdedores que se compadecen de sí mismos, acostumbrados a la derrota, ya no saben reconocer sus victorias ni aunque éstas duerman a su lado. Gente de perpetua condena en una cama vacía, con mirada perdida en el techo durante las noches más frías del más gélido invierno. Gente que demanda un cálido abrazo, el susurro de un “te quiero”, algo en lo que creer, algo por lo que luchar…

Y mientras me alejo, me guste o no, me doy cuenta de que toda esa gente me importa… y me doy cuenta que me partí el alma luchando por ellos, ¡pero nunca se dejaron ayudar! Les miraba, les estudiaba, les analizaba… ¡y siempre cometían los mismos errores! Arrojaban piedras y luego regalaban tiritas. Gritaban y luego querían comunicarse. Imponían y luego querían escuchar. Insultaban y luego querían abrazar. Mentían y luego querían ser creídos… ¡Paciencia infinita la mía! Yo me ahogaba a su lado y ellos solo sabían describirme lo que era el agua. Ninguno habló de nadar. Y me quedé mucho más tiempo del que quise deseando que cambiaran de actitud. No por mí, sino por su propio bien, pero nunca llegó a suceder. Era como ver una y otra vez la misma película y esperar siempre a que el protagonista no muriera al final. Un tiempo marchito. La impotencia en estado puro. Es lo que hay, no hay más.

Y cada vez los veo más lejos… atrás se quedan, pequeños. Doy un paso, doy dos más. Son el orgullo herido. El egocentrismo puro y duro. Las víctimas profesionales de su propio juego. Y sigo hacia adelante con la barbilla bien alta, sabiendo que hice lo que pude y sabiendo que lo único que pedí era que me sumaran… y sumar.

Triste como el mejor blues, pero con firmeza, me sorprende a mí misma mi mano diciendo adiós: el exorcismo ha finalizado. Me encanta Linda Blair ¡pero no tanto sus arañazos! Porque no quiero vivir así, porque sé muy bien lo que quiero… y el inframundo gris no es sano y no está hecho para mí.

Y es que una cosa es querer perderse, evitar que a una le encuentren para reencontrarse con lo que es o con su esencia, y otra cosa es estar realmente perdido. Parece lo mismo, pero no tiene nada que ver.

Así que, al final mi diosa madre tenía razón: rodéate de gente que te sume y deja de intentar salvar al mundo…ahorra fuerzas, porque el día que tengas que salvarte el mundo no luchará por ti.

Sabias palabras Mó, Conocerte, disfrutarte, tu amor, tu bondad y tu verdad son mis pilares… ¡la mejor de las herencias!

Me voy, me voy…me fui.